Un paso claro hacia una consciencia adulta es el reconocimiento de que no somos perfectos. Muchos de nosotros tenemos problemas para alcanzar la adultez.
Pretender ser perfecto y nuestra resistencia a ver nuestros errores y desaciertos en la vida, hundiéndonos en la culpa y el autorreproche por los pecados, errores y fracasos del pasado es síntoma de gran arrogancia.
Es creerse más grande de lo que se es.
Es creer que uno es mejor que alguien más.
Es estar dispuesto a condenar a otros por no ser tan buenos.
Es ponerse en un lugar de juicio ante la vida… es pretender usurpar el lugar de la consciencia profunda que está más allá de nuestra comprensión humana.
Hay un tipo de culpa y autodesprecio que viene de este tipo de arrogancia. Debido a que no somos como creemos que debiéramos ser, nos condenamos y juzgamos duramente -y hacemos lo mismo con los otros-.
Esto nos sucede porque aún no hemos comprendido que, más allá de nuestras ideas acerca del bien y del mal, y de nuestra intención de ser buenas personas, tenemos limitaciones que nos impiden ser, pensar, sentir y actuar a la altura de ese ideal. Todos nosotros hemos nacido dentro de una familia y una cultura en donde hay historias difíciles, traumas pasados - de nuestra biografía o de nuestros ancestros- que, sepámoslo o no, gobiernan nuestra existencia.
Si nuestros padres y abuelos no fueron perfectos, nosotros tampoco lo seremos, no por falta de voluntad, sino por simple imposibilidad. Y a pesar que podamos realizar un trabajo profundo de autoconocimiento, aún quedarán muchos cabos sueltos y hebras sin explorar. A lo sumo, cuando llegue el día de nuestra muerte podremos decir -si tenemos la suerte y la vida nos da esa bendición- “He podido sanar, perdonar y resolver un par de cosas que no funcionaban bien dentro de mí. Los que vienen después de mí, mis descendientes tendrán un par de tareas espirituales menos que realizar.”
Cuando aceptamos esta inevitable verdad, entonces encontramos la humildad y podemos comenzar a mirarnos con respeto - y dejar de juzgar a otros-. Entendemos que tenemos un límite y que a pesar de no ser perfectos, merecemos una mirada respetuosa y amorosa, porque esto es lo único que podría hacernos un poco mejores, sólo un poco. Así, podemos también mirar a nuestros ancestros con el mismo respeto a pesar de su imperfección. La condena y la pretensión de perfección sólo consiguen que perpetuemos nuestros propios errores y los de nuestros ancestros.
Dicen por ahí que el orgullo es el peor de los pecados…y me atrevería a decir que tod@s somos arrogantes hasta que descubrimos la humildad.
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