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Despertar de la Consciencia y el Florecimiento del Corazón

Desenredando el Drama Humano: La Clave para Sanar tus Heridas en Terapia Gestalt

Todos tenemos alguna herida.

Hasta aquí, todo bien.

Es normal e inevitable.


Curarla es sencillo. Lo veo todos los días cuando hago Terapia Gestalt. Basta con tomarse unos minutos para sentir en nuestro cuerpo la sensación que la herida provoca en él. Nada más.


Después de 3 o 4 minutos la herida acaba conduciéndonos a la Esencia.

Simple e indoloro.


Pero…

Además de que todos tenemos una herida, 

Todos tenemos terror de sentirla.

Y hasta aquí, todo bien.

Es normal e inevitable.


El terror se basa principalmente en experiencias de nuestra infancia en las cuales estar en contacto con el dolor nos resultó intolerable. Supongamos que te sentías sólo y un día buscaste contacto y conexión y a cambio de eso recibiste el rechazo y la indiferencia. Fue tanto dolor que no te cabía en ese cuerpecito blando y tierno y creíste que te podías morir. O quizás se te exigió demasiado de forma injusta, pero las personas que te exigían no lo hacían de ese modo consigo mismas y tu indignación fue tanta que no te cabía en el cuerpo. Fue tan aterrador sentir que los odiabas a todos que creíste que te podías morir por eso. 

Este terror es un gran obstáculo para sanar la herida porque nos impide sentirla. Creemos que nos pasará lo mismo que en el pasado y que al final nos vamos a morir -o algo equivalente a morir-. Esto es a lo que en Gestalt llamamos fantasía catastrófica. Es algo que pasó o que imaginamos que nos podría pasar si estamos en contacto con el dolor de la herida. 


La buena noticia es que la fantasía catastrófica es eso, es sólo una fantasía. 


En general, en terapia Gestalt invitamos a la persona a tomar consciencia de la fantasía y luego a prestar atención -en el aquí y ahora inmediato- a lo que realmente está vivenciando en su cuerpo mientras siente esa herida. Después de 5 o 10 minutos la mayoría se da cuenta que la fantasía catastrófica no está sucediendo, que la sensación en realidad no mata, que no duele tanto como imaginaba, y que tampoco sentir el terror en el ahora inmediato amenaza nuestra vida -ningún cuerpo que yo haya conocido hasta ahora, se muere por sentir sus propias sensaciones-. De este modo el terror pasa y ahora es posible experimentar el verdadero dolor y no el miedo a éste -que es sobre todo, una sensación física un poco incómoda-. Pasan unos 4 o 5 minutos en contacto con éste y ya está. Experimentar el dolor como sensación corporal muy rápido da paso a la manifestación de la presencia y sus cualidades esenciales: Paz, amor, fuerza, luminosidad, etc. 

Esto es lo fantástico de ser adultos. Nuestro cuerpo es más grande que cuando fuimos niños y esas experiencia ahora si caben en nuestro cuerpo. Finalmente se convierten en pura Esencia, de hecho, son el camino hacia ella.


Simple e indoloro.

 

Es mucho más fácil de lo que la mayoría imagina. Creo que una parte de la psicología, la ciencia y la cultura popular nos han hecho creer que sanar heridas es un asunto complicado. Nada más lejos de la verdad. El proceso toma sólo unos minutos. Y si repetimos durante varios meses esta breve experiencia, toda la personalidad se ordena y se transforma.

Simple e indoloro.

Hasta aquí, todo bien.


Pero…

Además de tener una herida y terror a ella, hemos creado mecanismos para defendernos a nosotros mismos y a los demás. Estos mecanismos son conductas, pensamientos, rigideces musculares y conductuales. ¿Para qué? Sobre todo para evitar sentir el terror a nuestra herida. Si, porque la peor parte de la herida, no es la herida en si misma, sino el terror que nos provoca. He visto cientos de personas llorar durante meses porque tenían miedo a sentirse tristes, he visto cientos de personas estar años deprimidas porque tenían miedo a sentir su desesperanza y en el momento en que logran sentir su tristeza o su desesperanza, entonces toda la angustia desaparece por completo y ya no hay más episodios de llanto ni de depresión. 


De modo que con nuestros mecanismos de defensa todo dista de estar bien.


Aquí comienza el drama humano. Es la causa por la que nos matamos, odiamos y herimos sin una verdadera necesidad. Nos herimos a nosotros y a otros debido a que nos defendemos cuando no hay necesidad de hacerlo. La mayoría de las veces lo hacemos sin saberlo, o sin quererlo, y otras veces vamos con toda la intención y de todo corazón. Algunos llegan a matar a otros y otros llegan a ser capaces de matarse a sí mismos, es exactamente lo mismo pero al revés.

Cuando fuimos niños estos mecanismos nos salvaron, pero hoy son la causa de nuestro sufrimiento. La herida en sí misma no hace daño, el terror tampoco -son sólo sensaciones y emociones. Pero defenderse es otra cosa totalmente diferente, eventualmente acaba en violencia y esto, es el sufrimiento.

Algunos nos damos cuenta de nuestra violencia porque es muy obvia; gritamos y decimos cosas de las que después nos arrepentimos, otros manipulamos y mentimos con plena consciencia y, en el mejor de los casos, sentimos culpa de hacerlo. También están quienes tienen tal terror que su instinto de supervivencia se vuelve tan abrumador que los lleva a la perversidad y a hacer estas cosas u otras peores sin sentir culpa ni vergüenza alguna. La mayoría de las personas no vamos tan lejos, no tenemos suficiente terror ni estamos tan severamente heridos y ejercemos la violencia de formas más sutiles, menos obvias y menos graves. Quizás sólo manipulas a otros con tu silencio, diciendo algo que los hace a todos sentirse culpables de tu desgracia, o seduces a alguien que en realidad no te interesa porque quieres amor, o te haces el divertido para que todos piensen que es genial estar contigo, o te sacrificas haciendo favores a todo el mundo para que piensen que eres una buena persona, o simplemente reprimes tanto tu agresión que te quedas sin fuerza y te deprimes. Estos son modos de violencia menos obvios y menos graves -pero tarde o temprano, alguien acaba sintiéndose muy mal, y ese alguien eres tú o alguna otra persona-. Siempre que ejercemos nuestra violencia, esta acaba alcanzarnos a nosotros y a los demás. No importa si la violencia parece ser sólo contra tí. Un poco más adelante explico cómo funciona esto con un ejemplo.


La verdad es que estas violencias sutiles tienen el mismo origen que las violencias perversas: El terror a sentir la herida. Es lo mismo, sólo es una diferencia de grado. Si no has llegado a la perversidad es porque tuviste la fortuna de recibir la suficiente cantidad de amor para no renunciar por completo a la Esencia. Eso no te hace mejor que el peor psicópata del mundo, sólo has tenido más suerte. No se te rompió el alma por completo hasta el grado de ser incapaz de sentir culpa o vergüenza cuando haces daño a otros. A la mayoría de las buenas personas les pasa que sienten culpa y vergüenza de herir a otros, pero ninguna cuando se hieren a si mismos. Con las personas perversas es al revés. 


Pero esto no es todo.


Desenredando el Drama Humano: La Clave para Sanar tus Heridas en Terapia Gestalt
Defendernos cuando no es necesario es la causa del sufrimiento

Nuestros mecanismos de defensa lo enredan todo en las relaciones, porque distorsionan nuestro entendimiento. No vemos con claridad lo que nos hacemos y acusamos a los demás de hacernos cosas que en realidad no nos hacen. Y cuando dos o más personas hacen esto entre ellas con cierta frecuencia, como sucede en todas las familias, relaciones de pareja, equipos de trabajo y relaciones de amistad, entonces nadie entiende nada y todos sufren sin comprender qué es lo que pasa.


Todo mal. 


Y cuando las personas no queremos o no podemos ver nuestro punto ciego, desarmar el enredo no es nada simple ni indoloro. ¿Por qué? Tenemos miedo de desenredarlo, ya que eso implicaría necesariamente bajar las defensas y sentir nuestra herida y nuestra fantasía catastrófica nos dice que si lo hacemos vamos a morir. La gran distorsión es que en este punto hemos llegado a creer que nuestros mecanismos de defensa son el bien y que entrar en contacto con el terror y la herida es el mal. 


Estamos muy confundidos.


Confundimos nuestro Ego -es decir, nuestros mecanismos de defensa- con la medicina -nuestra herida-. Y creemos que el Ego es el bueno y que la herida es el malo. De modo que si alguien está de acuerdo con nuestro Ego, creemos que esa es una buena persona y que si alguien se siente herido con nosotros, o si nos sentimos heridos con ella, debe ser que es una mala persona. Porque cuando estamos atrincherados en el bando de nuestro Ego, todo eso que nos acerca a sentir nuestro terror y nuestra herida, nos parece que es la encarnación del mal. Pero nuestra herida es el camino y la puerta hacia la Esencia. En este punto nos hemos vuelto fervientes defensores del mal creyendo que estamos defendiendo el bien. 

No se me malentienda, ¡no quiero decir que si alguien te está haciendo daño deberías dejar que te lo haga y que todo el problema es que no quieres encontrarte con tu herida! Hay miles de situaciones en las que debemos cuidarnos y poner límites. Pero hay muchas más situaciones en la vida real en las cuáles creemos que nos hacen daño cuando en realidad somos nosotros los que creamos un enredo con nuestra violencia inconsciente, forzamos a los demás a defenderse de vuelta, y salimos heridos. Y no tenemos la menor sospecha de que el enredo lo estamos causando nosotros. 

 

Nuestros mecanismos de defensa crean un gran punto ciego que nos impide ver con claridad. Y aquí quisiera que te alarmes un poco. TODOS tenemos un punto ciego. Creer que estamos libres de este punto ciego sólo lo hace peor y así le heredamos más dolor a las generaciones que vienen después de nosotros. Mientras antes dejemos nuestra arrogancia y ceguera, mejor para todos. Y además, a todos nos pasa. No te hace mejor ni peor que nadie. 

Los egos que se causan más dolor a ellos mismos y a otros, los que están más fuera de control, son los que creen que no tienen punto ciego y que no tienen ninguna clase de violencia. Esto no es verdad para nadie. La buena noticia es que tenemos la posibilidad de ampliar la consciencia de nosotros mismos, reducir el punto ciego y la violencia y dejar más lugar a la esencia. A la perfección no creo que podamos llegar, pero es posible hacernos las cosas más fáciles y menos enredadas. 


Ahora daré un ejemplo. Es sólo uno de miles posibles. Todas las personas tenemos diferentes historias y diferentes heridas, pero lo que es absolutamente universal es que tenemos:

  1. Una herida

  2. Terror a sentirla

  3. Usamos mecanismos de defensa para evitar sentir el terror y la herida

  4. Un punto ciego

  5. Distorsión de la realidad


Espero que con el siguiente ejemplo se entienda cómo funciona. Si quieres saber cómo funciona todo esto dentro de tí, mi sugerencia es que hagas un proceso terapéutico. No conozco otra forma de arreglarlo. Ver nuestro punto ciego es prácticamente imposible si alguien no nos ayuda.


Supongamos que tu herida de infancia es que fueron demasiado exigentes contigo. Te decían que tenías que comportarte mejor, ser más estudioso, tener mejores modales y ser más virtuoso. Una vez que lograbas obtener las mejores calificaciones porque ansiabas que te dieran su amor y se sintieran orgullosos de tí, mostrabas tu libreta de calificaciones pero la única respuesta que recibías era, “¿Y esperas que te felicite? Tu deber es obtener buenas calificaciones, no tengo que felicitarte sólo por cumplir tu deber.”

 

Este era el caso de un consultante a quién su padre nunca le daba su afecto, era frío, exigente y distante. Él quería tener una bicicleta porque todos sus amigos tenían bicicletas con cambios y él no, de modo que cuando salían a jugar siempre se quedaba atrás. A sus 10 años decidió esforzarse durante un año completo para tener un buen rendimiento. Finalmente mostró sus excelentes calificaciones a su padre y, tímidamente, le preguntó si podía comprarle una bicicleta como un premio por su esfuerzo. Su padre le dijo que no iba a darle ningún premio porque no había hecho más que cumplir con su deber escolar. Tampoco lo felicitó ni expresó orgullo hacia su hijo. 


El dolor de este niño es no tener el amor de su padre, un padre incapaz de expresar valoración y que desde su exigencia mantiene una fría distancia. A un niño de 10 años, este dolor no le cabe en el cuerpo. Tiene que hacer algo para no sentirlo, porque es tan desgarrador que imagina que morirá si no hace algo para remediarlo. 

Para evitar sentir este dolor insoportable desarrolló su mecanismo defensivo: Decidió que tenía que esforzarse por ser mejor de lo que era, porque no era suficiente quién era tal y como era. Aprendió a sobreexigirse en los estudios y en todos los ámbitos de la vida. En lugar de ver la realidad como es; “mi padre es incapaz de darme amor” -ésta era la verdad intolerable-, creó una distorsión de la realidad para negar esta verdad. Construyó la idea; “soy insuficiente y tengo que esforzarme más”. Es aparentemente menos doloroso creer que uno es insuficiente -y mantenerse ocupado en un programa de automejoramiento- que aceptar que nuestro padre no puede darnos su amor. 


Pero como ser perfecto es imposible, años más tarde acabó teniendo una depresión. Siempre he creído que decir que alguien está deprimido es una muy mala forma de describir lo que en realidad sucede. “Depresión” es una enfermedad psiquiátrica supuestamente originada en un problema químico, pero lo que en realidad le sucede al 90% de las personas “deprimidas” es que se sienten desesperanzadas y por eso la química de su cerebro refleja ese sentimiento. Una de las mejores formas de lograr una desesperanza total es proponerse alcanzar algo que no es posible. Él, 1. quería ser perfecto -lo cual no es posible- para 2. tener el reconocimiento y orgullo de su padre -cosa que tampoco es posible ya que el hecho es que su padre nunca está satisfecho con nada de lo que él ni nadie pueda hacer-. 


La Distorsión:

Este hombre comenzó a ver la realidad de forma completamente distorsionada: Creía que había algo que estaba mal en él y sentía que nunca iba a poder lograr nada. 


La Violencia:

La violencia en su caso se dirigía principalmente contra sí mismo provocándose una horrible autoestima, paralizando su voluntad y auto exigiéndose cumplir deberes para complacer a un padre imposible de complacer, ahogando así sus verdaderos deseos y olvidando complacerse a sí mismo. Por supuesto que en su adultez no hacía las cosas pensando en complacer a su padre, sino intentando estar a la altura de sus propios estándares. Altos estándares que se autoimpuso originalmente para complacer a su padre.


El punto ciego:

Su punto ciego era una paralizante incapacidad de reconocer sus cualidades y capacidades… ¡y tenía muchas por cierto!. Este punto ciego resultaba violento también para su mujer, quién tenía que lidiar con un hombre que tenía dificultades para trabajar y avanzar en la vida.


El mecanismo de defensa:   

¿De qué se defendía? Del dolor y la desesperanza que la falta de amor de su padre provocaba dentro de él. ¿Cómo se defendía? Intentando ser mejor de lo que era, diciéndose todo el tiempo que él era insuficiente y que debía esforzarse más. De este modo, evitaba sentir la profunda decepción que su padre le provocaba. 


La Cura:

La cura es vivir la decepción. Lo explico a continuación.

Decepcionarse con alguien es muy doloroso. Sin embargo, cuando uno se permite estar en contacto con una decepción sucede algo milagroso. Esa persona, poco a poco, deja de importarte. En su caso, mantenerse en contacto con la decepción le permitió ver que su padre era incapaz de amar y que en realidad no le dolía tanto que su padre estuviera decepcionado de él, porque en realidad era él quién estaba decepcionado de la incompetencia de su padre para amar. Así pudo comprender que el problema era de su padre, que nunca había habido algo malo o insuficiente en él y que por lo tanto no necesitaba demostrar nada a nadie. 

Y esta es la parte simple del proceso. 


Esta alquimia se tarda unos 3 o 4 minutos en suceder.

La parte difícil es el mecanismo de defensa. En general necesitamos pasarlo mal durante varios años para darnos cuenta que el problema es que nos estamos defendiendo. Después de varios años de tratar de resolver el problema haciendo eso que lo empeora -sofisticando nuestras defensas- comenzamos a cambiar de opinión. Por algo dicen que el sufrimiento es un gran maestro. Mientras antes nos demos cuenta, mejor. La vida no es infinita para desperdiciarla de este modo destructivo.


Dolor y Sufrimiento son cosas diferentes:

El sufrimiento son las consecuencias que nuestros mecanismos de defensa han creado en nuestra vida. ¡De modo que el sufrimiento es algo que nos hacemos! El sufrimiento es difícil y violento. El sufrimiento es lo que nos hace sentir que la vida es demasiado difícil.

Por eso siempre digo que todo el drama humano se debe a que no queremos sentir 5 minutos de incomodidad. Sufrimos años, vidas y generación tras generación heredamos el sufrimiento, sólo por evitar 5 minutos de incomodidad. 
Ese lugar interno que parece más oscuro es el portal hacia la luz de tu Esencia

Pero con el dolor es más fácil, sólo toma unos minutos sentirlo y la alquimia sucede. El dolor es inevitable, pero no nos hace sufrir. Nuestro mecanismo de defensa es lo que nos hace sufrir, y esto, hasta cierto punto, es evitable.


Por eso siempre digo que todo el drama humano se debe a que no queremos sentir 5 minutos de incomodidad. Sufrimos años, vidas y generación tras generación heredamos el sufrimiento, sólo por evitar 5 minutos de incomodidad. 


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